La práctica de ejercicio físico es buena, muy buena, para la salud. No en vano, infinidad de estudios han demostrado que las personas físicamente activas tienen una mayor esperanza de vida al reducir su riesgo de desarrollo de enfermedades muy graves y potencialmente mortales, caso entre otras de las cardiovasculares o de numerosos tipos de cáncer. Pero cuidado: para que sea beneficioso, no se trata tanto de ser vehemente como de ser constante. Y es que por muy vigoroso que sea, de nada servirá este ejercicio si no se practica con regularidad. De hecho, un nuevo estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Liverpool (Reino Unido) muestra que los jóvenes completamente sanos que interrumpen su actividad física durante únicamente dos semanas experimentan, además de una pérdida de masa muscular, cambios metabólicos que aumentan, y mucho, la probabilidad de sufrir patologías crónicas –entre otras, enfermedades cardiovasculares y diabetes– y, por ende, de morir prematuramente.
Como explica Dan Cuthbertson, director de esta investigación presentada en el marco del Congreso Europeo de Obesidad 2017 celebrado recientemente en Oporto (Portugal), «nuestro día a día de actividad física es clave para evitar las enfermedades. La gente debería evitar permanecer sentada durante largos periodos de tiempo».
Sobre todo sin pausa
Las evidencias sobre las bondades del ejercicio físico son tan numerosas como contundentes. Y, asimismo, también es bien conocido que la falta de actividad física es un factor de riesgo independiente de obesidad, de una mala salud metabólica y de un deterioro musculoesquelético acelerado. Pero, ¿qué sucede cuando este ejercicio y su ausencia se alternan? Pues la verdad es que poco se sabe al respecto.
Con objeto de responder a esta pregunta, los autores analizaron el efecto que tiene tomarse un ‘descanso’ de 14 días sobre los factores de riesgo asociados a las enfermedades cardiometabólicas. Y para ello, contaron con la participación de 28 adultos sanos que, con una edad promedio de 25 años, sin sobrepeso y físicamente activos –caminaban un mínimo de 10.000 pasos diarios–, se sometieron a distintas pruebas clínicas durante su práctica de ejercicio habitual y tras la suspensión de la misma durante dos semanas.
Concretamente, se solicitó a los participantes que redujeran en un 80% su actividad física, lo que conllevó una disminución muy significativa del tiempo dedicado al ejercicio –de 161 minutos diarios a tan solo 36– y un incremento igualmente notable del periodo en que permanecían sentados o tumbados –129 minutos diarios más.
Concluido el descanso de 14 días, los resultados mostraron cambios muy significativos en la composición corporal, incluida la pérdida de masa muscular y el aumento de la grasa corporal total. Además, esta grasa tendió a acumularse en la zona abdominal, aumentando así el riesgo de desarrollo de enfermedades crónicas.
Es más; la capacidad cardiorrespiratoria de los participantes se vio notablemente mermada, por lo que no fueron capaces de correr las distancias que recorrían antes de la ‘pausa’; y la función mitocondrial, parámetro que revela la capacidad para regular la energía y recuperarse tras el ejercicio, también decayó.
Como destaca Dan Cuthbertson, «en nuestro grupo de jóvenes sanos físicamente activos y que seguían las recomendaciones sobre ejercicio recogidas en las guías, el incremento de un hábito sedentario durante solo 14 días conllevó pequeñas pero significativas reducciones en su forma física que estuvieron acompañadas de una pérdida de la masa muscular y de una ganancia de grasa corporal. Unos cambios que pueden dar lugar a enfermedades metabólicas crónicas y a una mortalidad prematura».
Mejor a diario
Y estos perjuicios acumulados en tan solo dos semanas, ¿deben atribuirse exclusivamente a la ausencia de actividad física? Pues sí, dado que los autores controlaron estrictamente la dieta de los participantes para asegurar que era totalmente similar a la seguida antes del periodo de descanso.
En definitiva, y en aras de garantizar sus beneficios asociados para nuestra salud, debe practicarse ejercicio todos los días –o casi todos los días.
Como concluye Dan Cuthbertson, «nuestros resultados enfatizan la importancia de mantenerse físicamente activo y llaman la atención sobre las peligrosas consecuencias que derivan de un comportamiento sedentario continuo».
Como explica Dan Cuthbertson, director de esta investigación presentada en el marco del Congreso Europeo de Obesidad 2017 celebrado recientemente en Oporto (Portugal), «nuestro día a día de actividad física es clave para evitar las enfermedades. La gente debería evitar permanecer sentada durante largos periodos de tiempo».
Sobre todo sin pausa
Las evidencias sobre las bondades del ejercicio físico son tan numerosas como contundentes. Y, asimismo, también es bien conocido que la falta de actividad física es un factor de riesgo independiente de obesidad, de una mala salud metabólica y de un deterioro musculoesquelético acelerado. Pero, ¿qué sucede cuando este ejercicio y su ausencia se alternan? Pues la verdad es que poco se sabe al respecto.
Con objeto de responder a esta pregunta, los autores analizaron el efecto que tiene tomarse un ‘descanso’ de 14 días sobre los factores de riesgo asociados a las enfermedades cardiometabólicas. Y para ello, contaron con la participación de 28 adultos sanos que, con una edad promedio de 25 años, sin sobrepeso y físicamente activos –caminaban un mínimo de 10.000 pasos diarios–, se sometieron a distintas pruebas clínicas durante su práctica de ejercicio habitual y tras la suspensión de la misma durante dos semanas.
- La gente debería evitar permanecer sentada durante largos periodos de tiempo (Dan Cuthbertson)
Concretamente, se solicitó a los participantes que redujeran en un 80% su actividad física, lo que conllevó una disminución muy significativa del tiempo dedicado al ejercicio –de 161 minutos diarios a tan solo 36– y un incremento igualmente notable del periodo en que permanecían sentados o tumbados –129 minutos diarios más.
Concluido el descanso de 14 días, los resultados mostraron cambios muy significativos en la composición corporal, incluida la pérdida de masa muscular y el aumento de la grasa corporal total. Además, esta grasa tendió a acumularse en la zona abdominal, aumentando así el riesgo de desarrollo de enfermedades crónicas.
Es más; la capacidad cardiorrespiratoria de los participantes se vio notablemente mermada, por lo que no fueron capaces de correr las distancias que recorrían antes de la ‘pausa’; y la función mitocondrial, parámetro que revela la capacidad para regular la energía y recuperarse tras el ejercicio, también decayó.
Como destaca Dan Cuthbertson, «en nuestro grupo de jóvenes sanos físicamente activos y que seguían las recomendaciones sobre ejercicio recogidas en las guías, el incremento de un hábito sedentario durante solo 14 días conllevó pequeñas pero significativas reducciones en su forma física que estuvieron acompañadas de una pérdida de la masa muscular y de una ganancia de grasa corporal. Unos cambios que pueden dar lugar a enfermedades metabólicas crónicas y a una mortalidad prematura».
Mejor a diario
Y estos perjuicios acumulados en tan solo dos semanas, ¿deben atribuirse exclusivamente a la ausencia de actividad física? Pues sí, dado que los autores controlaron estrictamente la dieta de los participantes para asegurar que era totalmente similar a la seguida antes del periodo de descanso.
En definitiva, y en aras de garantizar sus beneficios asociados para nuestra salud, debe practicarse ejercicio todos los días –o casi todos los días.
Como concluye Dan Cuthbertson, «nuestros resultados enfatizan la importancia de mantenerse físicamente activo y llaman la atención sobre las peligrosas consecuencias que derivan de un comportamiento sedentario continuo».
Mantenerse activo es esencial para mantenerse vivo |
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