La
comida es otro de los temas que más inquietudes crea entre los
laringectomizados y que más se comenta en nuestras conversaciones.
“Tú que tal comes esto o aquello, que tal lo otro, como tragas tal cosa, etc.”
Normalmente
la laringectomía no deja secuelas importantes y persistentes, pero la
comida es una de las esencias de nuestra vida y que nos toquen en los
lugares por donde comemos no deja de ser inquietante y crear cierta
alarma.
Hay
casos en que si deja secuelas importantes y en que tragar es un grave
problema, pero son los menos y esos deben ser tratados por los
especialistas y no por un comentarista ignorante en temas médicos como
este que es escribe. Como en tantos temas sobre los que escribo mi
objetivo es contar mis experiencias y las de otros en mi misma
situación.
He
estado recordando lo que a mí me pasó y para ello he estado revisando
algunas notas que entonces dejé escritas y he comprobado la inquietud y
temor que sentí por los posibles problemas con la comida. Hoy están tan
superados que hasta me parecen poco menos que pueriles. Pero fueron
reales, como lo son para cualquiera que se inicia en este enjambre de
problemas que crea una laringectomía total.
Después
de operados y pasadas las etapas de adaptación y prevención de posibles
fístulas pronto empezamos a comer con una normalidad que nos va
viniendo poco a poco. Yo casi no me lo creía cuando me dijeron que en
una semana podría comer de todo. “¿de todo, todo?” preguntó mi mujer con la boca y yo con la mirada. “Si, de todo, eso he dicho…!”
contestó el “seco” doctor que me lo dijo. Y así fue, a la semana, justo
el último día del año con todos sus correspondientes festejos, empecé a
comer de todo, con bastante miedo, lo recuerdo perfectamente. Pero nada
pasó y comí y cené con normalidad, bueno, casi, porque ese miedo es
libre y no me dejó así, a la primera.
Pero
no todo fueron glorias y parabienes porque a los pocos días empezaron
las sesiones de Radioterapia y ahí sí que empezaron los problemas. Sobre
todo a la semana cuando además radio me dieron quimio. Comer se
convirtió en un auténtico suplicio.
Todo
esto lo cuento a sabiendas de que es lo mismo, más o menos, que nos
pasa a todos. Pero es una manera de que los nuevos comprendan que todos o
casi todos, pasamos por el mismo calvario.
Sabemos
que este mal tiene fin, que nos lo suministran con fecha de caducidad,
como me gustaba llamarlo, lo que no nos explican es cuánto dura ni si la
recuperación será total o parcial y si es así hasta donde llega esa
parcialidad. Me imagino que los facultativos no se quieren pillar con
respuestas fijas ya que cada persona responde de muy distinta manera a
las mismas circunstancias y/o tratamientos.
Pero
lo que sí puedo decir es que más pronto que tarde la normalidad con las
comidas llegan a un estado cercano al total. La mejor manera de
soportar este tránsito es comer muy despacio, masticando mucho y hacer
trozos pequeños sobre todo la carne.
Poder
comer un bocadillo es un hito que parece imposible para muchos de
nosotros pero que se convierte en realidad para la mayoría, sino para
todos. Aunque a fuer de ser sincero diré que si el bocata es un poco
grande al final sobra un poco de pan, cuesta terminarlo, se queda pegado
a las encías. Al 100 % yo creo que no llegamos a quedar, pero casi,
casi...
Capítulo
aparte, pero dentro del mismo paquete, está el sabor de esas comidas.
Sabemos que para nada afecta al gusto la operación, pero entre que nos
quitan, casi, el olfato y nos machacan el gusto y la saliva con la
radio la verdad es que nos pasamos una buena temporada que la comida y
bebida la distinguimos más por la fricción que hace al pasar que por el
sabor.
También
esto se recupera en buena parte. La verdad es que nos acostumbramos a
que todo sepa igual y al final dejamos de valorar los sabores en su
justa medida, pero eso ya son cosas de cada cual. El sabor se recupera y
no debemos de dejarlo a un lado.
Lo mismo que el olfato, pero de esto ya hemos hablamos no hace mucho.
Comer un bocadillo, un objetivo alcanzable |
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